Cuando un Papa muere, se pone en marcha un proceso riguroso y lleno de simbolismo que guía a la Iglesia en un momento de transición: la Sede Vacante.
Este término, que significa literalmente “silla vacía”, hace referencia a la ausencia del Sucesor de Pedro en el gobierno de la Iglesia Católica.
Confirmación de la muerte y rol del Camarlengo
Una vez que el Papa fallece —o como se expresa con profundo respeto, es llamado a la Casa del Padre—, la primera tarea es confirmar oficialmente su deceso. Esta responsabilidad recae en el Camarlengo, un cardenal que asume funciones administrativas durante el periodo sin Papa.
Antiguamente, el Camarlengo solía llamar al Papa por su nombre bautismal tres veces. Si no había respuesta, procedía a declarar su fallecimiento. En tiempos pasados, incluso se utilizaba un pequeño martillo de plata para tocar suavemente la frente del pontífice, una costumbre que ya ha quedado atrás.
Tras constatar la muerte, el Camarlengo sella los aposentos papales, rompe el anillo del Pescador —símbolo de la autoridad pontificia— y asume el manejo temporal de los asuntos del Vaticano, sin ejercer autoridad espiritual ni tomar decisiones que comprometan el futuro de la Iglesia.
El periodo de duelo y las exequias
El cuerpo del Papa es expuesto en la Basílica de San Pedro, donde los fieles pueden despedirse de él. Las ceremonias fúnebres, que suelen durar nueve días, se conocen como novemdiales. La fecha del funeral se define junto con los cardenales reunidos en la llamada Congregación General, que también decide cuándo iniciar el proceso de elección del nuevo Papa.
Por tradición, el entierro ocurre entre el cuarto y el sexto día tras el fallecimiento, aunque el lugar del sepulcro puede variar según la voluntad del pontífice. En el caso del Papa Francisco, él mismo ha expresado su deseo de ser sepultado en la Basílica de Santa María la Mayor en Roma, fuera del Vaticano.
El Cónclave: elección del nuevo Papa
Pasados entre 15 y 20 días desde la muerte del pontífice, se convoca el Cónclave: un encuentro solemne y reservado de los cardenales menores de 80 años, quienes se reúnen en la Capilla Sixtina para elegir al nuevo Papa. Este proceso se lleva a cabo en estricta clausura, sin acceso a medios de comunicación ni contacto con el exterior.
Las votaciones se repiten hasta que un candidato recibe al menos dos tercios de los votos. Después de cada ronda, las papeletas se queman. Si no hay elección, el humo que se eleva es negro. Cuando finalmente se elige un nuevo Papa, el humo es blanco, y el mundo entero sabe que habemus Papam.
El nuevo Papa: aceptación y presentación
Una vez elegido, el cardenal acepta libremente el cargo y escoge el nombre con el cual será conocido como pontífice. Luego se reviste con la sotana blanca, símbolo del nuevo ministerio, y se asoma al balcón de la Basílica de San Pedro para dar su primera bendición urbi et orbi, a la ciudad y al mundo.
Una Iglesia guiada por la fe y el Espíritu Santo
Este ritual milenario, recogido en la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis, refleja la continuidad espiritual de la Iglesia y su confianza en que el Espíritu Santo guía cada decisión. Aunque el trono de San Pedro quede momentáneamente vacío, no hay vacío en el corazón de la Iglesia.
La figura del Camarlengo, como administrador provisional, garantiza el orden hasta la llegada de un nuevo líder espiritual. En la actualidad, quien ocupa este cargo es el cardenal Kevin Farrell, nombrado en 2019, encargado de velar por el correcto desarrollo del periodo de Sede Vacante.
La muerte de un Papa no es solo un evento de profundo recogimiento; es también un testimonio de la permanencia de una institución que, guiada por la fe, sigue caminando con esperanza hacia el futuro. Porque la Iglesia es de Cristo, y Él nunca la abandona.
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